"Para viajar
lejos, no hay mejor nave que un libro". 
Emily Dickinson.
Por: Dayana Estefanía Santos 
En un año en el que el secuestro era
el pan de todos los días, en dónde Pablo Escobar Gaviria había sembrado el
terror en Colombia, en el año de 1991, exactamente el martes 19 de noviembre de
ese año, se me dio por querer salir a explorar el mundo. Más o menos a las doce del
mediodía le empezaron los dolores a mi madre, rápidamente se dirigieron con mi
padre a la Clínica materno infantil, ubicada en el barrio San Francisco a esperar
mi llegada, pero pasaron varias horas y nada. Hacia las cinco de la tarde,
mientras un fuerte temblor azotaba la costa caribe, en Bucaramanga, yo daba mis
primeros gritos de gladiadora con ansias de comerme el mundo; la felicidad invadía
a mis padres, pues me veían frágil, “arrugadita como una abuelita”, decía mi
madre, y que tenía los mismo rizos que mi padre decía mi abuela. Mi padre un
poco nostálgico, veía en mi mirada la mirada de su abuela, es por eso que me
llamaron Estefanía en honor a ella, mi bisabuela. Ya éramos en la familia cinco,
llegué a ser su tercera pero no última hija.
Cuenta mi madre que solo
contaban con un poco de dinero para pagar la clínica y tan solo una muda de
ropa para mi bienvenida. Mi madre insistía en que nos devolviéramos a casa en
bus, pero mi padre se las arregló para conseguir dinero prestado para irnos en
taxi. 
Es verdad lo que dice el refrán: “Cada niño al nacer trae un pan bajo el brazo.”, y así fue, más demoramos en llegar a nuestra casa, que los vecinos, amigos y familiares de mis padres en llenarme de regalos, ropa y comida; y no fue tan sólo en ese sentido, sino también se mejoró la situación económica en el hogar.
Es verdad lo que dice el refrán: “Cada niño al nacer trae un pan bajo el brazo.”, y así fue, más demoramos en llegar a nuestra casa, que los vecinos, amigos y familiares de mis padres en llenarme de regalos, ropa y comida; y no fue tan sólo en ese sentido, sino también se mejoró la situación económica en el hogar.
Uno de los tantos regalos que mi
madre me guardó para cuando creciera fue un pequeño libro ilustrado de cuentos
de hadas, creyó que sería una de mis mayores entretenciones, y así fue, pero
como dice la gente: "Lo poco gusta,
lo mucho cansa... y lo repetitivo aburre".
Pronto fui creciendo en un caluroso
hogar, tenía múltiples muñecas de las cuales conservo una porque de cierto modo
fue mi compañera de aventuras, pero me llamaba más la atención aquella
distracción que tenían mis dos hermanas mayores: los libros. Pensaba que con
ellos podía ser grande, entender el mundo, pero otra cosa pensaban mis papás,
quienes me regañaban cada vez que cogía sus libros. 
Fueron pasando los años entre
tijeras y viejas revistas, pasaba los días tirada en el piso con diversos
cuadernos y crayones intentando plasmar mis primeros garabatos en compañía de
Guadalupe (mi muñeca). Sentía que no era lo mismo; con cuatro años de edad era
suficiente para tener libros igual que mis hermanas, las envidiaba porque tenían
la dicha de ir a la escuela, además tenían libros y sin ninguna dificultad
escribían y leían a la perfección, en cambio yo tenía que conformarme con el
libro de cuentos de hadas, con los dibujos de Cenicienta, Blanca nieves y la Bella Durmiente para inventar mis propias historias, pero ya no me gustaba, ya
era aburrido.
Mi abuela se dio cuenta de esta
afición por los libros, así que me sorprendió con uno pequeño de Rafael Pombo,
en donde encontré relatos como el de “La
pobre viejecita”, “Simón el bobito” y me encantaba repetir junto a ella “El renacuajo paseador”. Recuerdo tanto un
día que reíamos juntas y me dijo: “Un libro te puede llevar a explorar el
mundo”.
Con las palabras de mi abuela en la
cabeza, tomé valor y decidí hablar con mis padres para que me llevaran a la
escuela, ellos accedieron a llevarme; pero no todo era color de rosa, puesto
que me negaron la entrada ya que no cumplía con la edad reglamentaria que en
ese entonces era de cinco años, yo contaba con tan sólo cuatro años cumplidos
hacía unos pocos meses. Con tristeza pensaba ¿cómo era posible si al final del
año cumpliría mis cinco años? No sé necesitaba un límite de edad para empezar a
aprender. Tendría que esperar un año más para tener ese encuentro con historias
de verdad. 
Sin embargo, tras ese fallido
intento seguía formando palabras con mis garabatos inventados, pues no tenía la
guía de mis padres debido a que trabajaban, ni la de mis hermanas porque vivían
muy ocupadas con sus tareas y quién cultivo la lectura en mí había muerto;
sentía un poco de frustración.
En el año de 1997 ingresé por fin a
la escuela, Concentración San Ignacio de Loyola, creo que ya no existe. En este
lugar conocí a mi profesora de pre-escolar 
María Eugenia, ella me leía cuentos y fábulas como la de “La tortuga y
la liebre”, “El pastorcito mentiroso” y otras tantas de Esopo, también aprendí
a sumar cantidades pequeñas, y el tan anhelado juego de las palabras, las
vocales y su unión como ma- me-mi-mo-mu y pa-pe-pi-po-pu; era feliz, porque al
fin mis garabatos tenían forma, me la pasaba escribiendo papá y mamá en las
paredes de mi casa.
Al siguiente año cambié de
profesora, ya no había jornadas enteras en que me leían historias y jugaba con
plastilina, eso fue sustituido por una cartilla que ya había visto tiempo atrás
(por mis hermanas) llamada Nacho. Recuerdo mi primera clase en grado primero,
en el tablero de tiza estaba escrito algo, aún no sabía que era, sólo conocía
la M, la P y las vocales. Decía “EL ABECEDARIO” y un montón de letras escritas
en orden y mi profesora dijo: El que no termine de escribir esto en el
cuaderno, no sale a descanso. Ahora entiendo que desde pequeños nos enseñan por
medio de castigos, si no cumplimos con algo sencillamente no obtenemos lo que
queremos. Eran días enteros repitiendo a, b, c, d, e, f…. una y otra vez,
memorizando el abecedario.
Con famosas frases como: “mi mamá me
mima”, “mi mamá me ama”, “mi papá fuma pipa”, si ni siquiera mi papá fumaba
cigarrillo, pero aun así, al igual que la mayoría por no decir que todo el
mundo, aprendí a leer con éste método. Me sentía contenta porque ya sabía leer,
me la pasaba mirando los anuncios y cuanto letrero hubiera en la calle para
leer. Mi padre me sentaba a leer la vanguardia decía que así aprendía a leer
con fluidez y  la debida puntuación.
En cuarto primaria era la mejor en
mi curso, leía con las debidas pausas, acento y puntuación, mi profesora hacía
mesas redondas y con el libro de lecturas todos los viernes dedicábamos dos
horas a esta magnífica actividad, de esas lecturas me acuerdo de una en especial:
“Los Esqueletos” y decía algo así: 
Cuando
el reloj marca la una
los esqueletos salen de su tumba,
túmbala, que túmbala, que túmbala.
los esqueletos salen de su tumba,
túmbala, que túmbala, que túmbala.
Del año en el que finalicé mi primaria no recuerdo mucho,
me cambiaron de escuela y cambiamos de lugar de residencia, nos fuimos a vivir
fuera de la ciudad en una vereda perteneciente a Floridablanca, entré a una
sede del colegio San José también de Floridablanca, el cambio fue drástico
y  el profesor de ese entonces me repetía
una y otra vez “silencio, usted sabe mucho”.
En el 2003 inicié la secundaria, quería estudiar en la
“Normal Superior”, pero era difícil conseguir cupo para el grado sexto, ese año
casi me quedo sin estudiar porque no conseguíamos cupo, ya habíamos perdido las
esperanzas y en el penúltimo colegio que habíamos visitado nos dijeron que en
el “Oriente Miraflores” había cupos disponibles. Mis padres con tal de que yo
estudiara me matricularon allí.
El cambio de escuela a colegio fue enorme, allí se
contaban con profesores para cada materia, era más grande y mis compañeros muy
diferentes. Mi profesora de español María Smith, era severa, muy estricta, nos
hacía enumerar las páginas del cuaderno y que ni se nos ocurriera arrancar una
hoja porque inmediatamente teníamos que volver a pasarlo, nada de tachones y
teníamos que escribir con un solo color (preferiblemente negro); también
teníamos otro cuaderno en dónde escribíamos mil veces la palabra que nos
quedaba mal, no era muy buena  con las
tildes, creo que aún me quedan grandes, así que un par de veces me tocó hacer
planas.
En séptimo grado tuve un profesor muy buena gente, pero
su método de enseñanza no era la mejor, leíamos un libro por periodo y su
respectiva evaluación que era realizar un resumen del libro. El primero que leí
fue “El caballero de la armadura oxidada” de Robert Fisher, luego “María” de
Jorge Isaac y por último “La Eneida” de Virgilio que no me gustó para nada.
En octavo creí que había encontrado mi vocación, la
profesora que para ese año me dictaría la materia de español, la profe Gloria
me hizo querer el español y la literatura. Me enseñó la cara más hermosa de la
literatura: La lírica, leía poemas de José Asunción Silva como “Nocturno”, la
métrica, la rima, los analizábamos, era genial entrarse en el poema,
identificarse con alguno de ellos, sollozar entre cada verso, oír la dulce
rima, el escaparse a otro mundo más estilizado era en ese entonces para mí algo
mágico. Al final del año la profesora me dijo que yo era muy buena para esto,
que ojalá algún día estuviera en mis planes esta vocación; por un buen tiempo
estuvo entre mi proyecto de vida el ser docente de lengua castellana.
Para el año 2006 ingresando al grado noveno, me cambiaron
de colegio por cosas de la vida, y terminé estudiando en un pueblito llamado
Tona y sería en el Rafael Uribe Uribe dónde me graduaría como bachiller; fue un
giro de 180º, era otra gente, otras costumbres, otro tipo de profesores.  Me acople muy rápido al colegio y con mis
compañeros también, me encontré con la contabilidad, la cual nunca había visto
en mi vida, el mercadeo y la visión para crear empresas. En cuanto a las clases
de español, la paciencia de aquella profesora no era muy apasionante, con miras
a prepararnos para el examen de estado (icfes), se hacía todo lo del libro al
pie de la letra “Texto 9” se llamaba, era comprensión de lectura y respuesta de
selección múltiple. Pero eso solo duró unos cuantos meses, la profesora pidió
traslado y quedamos sin profesor de español. Para finales de año llegó uno que
nos resolvió el problema de notas con una exposición de las corrientes
literarias, ya tenía conocimiento del tema porque en vez de realizar educación
física, me iba a la biblioteca del colegio a leer libros y con ese sin sabor
culminó ese año de estudio.
Así pasaron los siguientes dos años, de profesor en
profesor; de cierto modo el pueblo era alejado de la ciudad, por eso los
profesores no duraban, pero me pregunto yo ¿en dónde queda la vocación? Si de
verdad se amara la profesión, así sea en la Patagonia ser iría uno a educar a
la gente por pasión. En este colegio le daban prioridad al deporte, con las
dichosas interclases, está bien el deporte ejercita el cuerpo, pero ¿y el
cerebro?; no le daban prioridad a la lectura, la literatura, en este momento ya
estaba perdiendo el gusto por los libros de literatura. Y eso mismo me hacían
pensar mis compañeros, iban al colegio por no ayudar a sus padres en el
trabajo, es más ellos mismos con el cuento de la inauguración de las
interclases pedían horas regaladas a los profesores, para ensayar “la revista”,
eran bailes estúpidos, de regaeton frotando sus cuerpos y a medio vestir; lo
más grave del asunto no era que por lo general pedían las clases de español y
matemática sino que los profesores las daban; nunca participé de estos actos,
no por el hecho de no saber bailar, sino que nunca me han gustado esa clase de
espectáculos, en cambio de esto pasaba las horas de descanso en biblioteca, mi
gusto se estaba inclinando por la 
astrología y la naturaleza; pasaba el tiempo leyendo libros acerca del
cuidado del cuerpo, de anatomía, zoología, ecología; mis intereses cambiaron
del cielo a la tierra.
Por fin llegó el día, el grado de bachiller, era un 10 de
diciembre de 2008, con muchos contratiempos, enredada entre togas y birretes,
además de fotos grupales, pero claramente en mi cabeza la idea de estudiar
Biología. Hacia las cinco de la tarde entre risas y llanto por la nostalgia de
quizás no volver a ver a mis compañeros de clases, había obtenido ya mi título
de “Bachiller Comercial con énfasis en Negociación y venta de productos y
servicios”, no me interesó continuar por la rama del mercadeo, bastante tedioso
me había parecido llevar unos pesados portafolios de “visita a clientes”,
“salud ocupacional”, “mercadeo”, “emprendimiento” entre otros; obtuve ese
título porque era necesario cumplir con el requisito del SENA para graduarme. A
estas alturas pienso que casi me gano una esclerosis con esas cosas pesadas sin
importancia, porque era una copiadera a la hora de resolver las guías.    
Por esa fecha ya había decidido mi proyecto de vida,
estudiar biología, especializarme en biología marina y trabajar, sueños de un
recién graduado, en esa época uno cree que todo es muy fácil. Me había inscrito
en la “Universidad Industrial de Santander” en el programa de Biología contaba
con buen promedio, pero no en física, nunca ha sido mi fuerte. El tiempo de
espera me produjo muchas ansias creía que si podía pasar pero la realidad fue
otra, me causó dolor entrar en la página y encontrar un “NO” como respuesta.
Mis padres me alentaron y me dijeron que no perdiera las ilusiones, me
inscribirían de nuevo en abril para empezar a mitad de año que esta vez sí
pasaría. Les hice caso  y volví a
inscribirme, pero la respuesta fue la misma un “NO” que me frustró por un buen
tiempo. Todo por tener física con bajo promedio, esta vez la suerte no me
acompaño y todo mi proyecto de vida se vino abajo, mis planes se dañaron, Me
sentí desubicada, y la pregunta que embarga a todo el mundo ¿Qué iba a hacer?,
¿Qué pasaría con mi futuro?
A mi hermana Andrea, como ya estaba estudiando
licenciatura en inglés en la UIS, se le ocurrió llevar mis resultados del icfes
a admisiones para ver en qué carrera podría inscribirme. Que más daba, ya había
perdido casi un año, tenía que empezar a ser algo “productivo”; valla sorpresa
mi destino no estaba en Ciencias Básicas, sino en Ciencias Humanas; me dieron
múltiples opciones Historia, Trabajo Social, Filosofía y Licenciatura en
Español y Literatura. Historia la descarté, muchos datos, personajes, lugares,
me parecía muy aburrido. Trabajo Social, tampoco, soy muy sociable, pero no
tanto para desperdiciar mi tiempo en eso y no quiero ofender a los estudiantes
de esa carrera, es lo que les gusta, pero a mi definitivamente no, me debatía
entre filosofía y español, siempre me fue bien en las dos y aún guardaba ese
gusto por el español y la literatura; para eso me inscribí en las dos, dejando
como prioridad Licenciatura en Español. Cuando recibí la noticia había pasado a
las dos, pero como mi prioridad era Español, me matriculé en esa carrera.
En abril de 2010 fue mi ingreso a la universidad, no
niego que cuando entré, en la semana de inducción estaba perdida con la carrera
y puede dar fe de eso mi compañero Edward Ricardo, quien fue el primero que
conocí. Entré casi obligada, tenía el sin sabor de no haber pasado a biología,
tenía en mi mente el pensamiento de “No me gusta el español”, en ese momento
estaba obsesionada con la biología. Creo que por esta razón me enviaron a
psicología en el examen de ingreso.
Con el paso del tiempo y conocer también a compañeros que
habían tenido la misma situación que la mía de estudiar esto porque
sencillamente nos había “tocado”, nos hizo unir lazos de amistad. Por otro lado
en el transcurso de ese primer semestre y tras encontrarme con excelentes
profesores y sobre todo buenas notas, me hizo desechar poco a poco la idea de
la biología y también me di cuenta que el francés no era lo mío, por más que
estudiara.  
Así fue pasando el tiempo y nuevamente me había
apasionado con la literatura en el segundo semestre y recordé por un momento
cuando era niña las palabras de mi abuela “Un libro te puede llevar a explorar
el mundo”. Y así fue, viaje entre los amores de “Dafnis y Cloe”, con Gabriel García Márquez y “el amor en los tiempos del cólera”, “crónica de una muerte anunciada”,
“del amor y otros demonios”, entre otras, conocer a fondo teorías
literarias que remotamente había leído por encima, me hizo reconsiderar el
gusto por la enseñanza del español.
Fue exactamente en tercer semestre
que deseche del todo la biología, tenía una excelente profesora de Lírica, La
profe Ana Cecilia, que nos hizo ver los poemas de otra forma, con la
configuración del “yo” lírico, el “tú” y el “ellos” que nunca pensé que
existían, ver más allá que trozos de frases y rimas, tratar de precisar lo que
el poeta quería reflejarnos con su poema fue magnifico. También le doy gracias
a la profe Martha Menjura, en alguna ocasión les había dicho a mis compañeros
que me gustaba la lingüística y la semiótica y fue así; ella, la profe Martha
con su método de enseñanza y sus temas como la fonética que reafirmé ese gusto.
Seguí viajando acompañada de letras
y pensamientos con la dictadura de Trujillo,  obra de Vargas Llosa “La fiesta del chivo”, una obra que me marcó muchísimo, creo que
llegó a traumarme por un tiempo, no paraba de hablar de esta novela, me la leí
un fin de semana, no porque tenía la presión del parcial, sino porque esta obra
logró meterme a fondo tanto con los personajes como con los personajes, duré
hasta las 4 am del domingo leyendo, no me dio sueño, ni hambre, o quizás sí un
poco de hambre por saber el final. Fue en el curso de narrativa con el profesor
Saavedra que conocí esta novela, muy buena a mi parecer. Creo que hasta el
momento ha sido uno de los mejores cursos que he tenido, no sólo por la novela,
sino por el cuento, conocer la obra de Poe y Chejov, entender que el cuento es
corto, pero minuciosamente elaborado, no hay un detalle que se coloque “porque
sí”, en el cuento todo tiene su razón de ser. 
Lega el tan anhelado quinto
semestre, la mitad de la carrera, tuve la fortuna de encontrarme con Jimmy, el
profesor más temido en la historia de la carrera hasta donde sé, fue un poco
tedioso el leer montones de documentos, pero también estaba la parte buena las
tragedias modernas como “La cuerda”,
“Roberto Zucco”; también encontré la
tan anhelada semiótica, sabía que eso era lo mío, una nueva pasión, hoy creo
que debería existir unos niveles más de esta maravillosa materia.
Aunque sigo viajando con la tragedia
griega que les confieso no es mi fuerte, prueba de ello es que continúo viendo Dramaturgia
en este sexto semestre, en dónde ya veo esa “luz al final del túnel”; siento
que repetir esta materia es una nueva oportunidad de conocer historias como “La casa de Bernarda Alba” de Vargas
Llosa, y “El abanico de Lady Windermere”
de Oscar Wilde. 
A estas alturas de mi vida siento
muchas expectativas, sé que faltan dos años más de carrera, pero eso pasa en un
abrir y cerrar de ojos. Me da miedo la idea de trabajar, porque es una carga
difícil el enseñarle a niños, pero aun así cada día estoy más convencida que es
esto lo que me gusta, lo que me apasiona, 
quiero enseñarle a niños de primaria, ser esa maestra que les de sus
bases para toda la vida, obviamente incentivarles la lectura que para estos
tiempo ya se ha perdido bastante.
Esta es sólo la primera parte de mi
autobiografía, es algo somero de mi paso por la escuela y de cómo terminé estudiando esta carrera. Hoy
no me arrepiento de no haber estudiado biología, por algo el destino me pondría
en Ciencias Humanas. 
Espero muy pronto empezar a escribir
la segunda parte de esta autobiografía, porque esto no termina acá, faltan
muchas cosas más a lo largo de mi vida, mi graduación y el momento en el que
esté ejerciendo la docencia. Les doy las gracias a mis padres Benjamín y
Martha, a mis hermanas por su apoyo, a los profesores y compañeros que
estuvieron a lo largo de mi vida y a los que vendrán, en especial a Claudia,
Bruna, Vanessa, Edward y Edwin que más que compañeros de carrera son amigos
para toda la vida.


