Nuevamente me levanto con ganas de hacer aquello que ha
venido turbando mi paciencia, mis pensamientos y mis sueños. Y no es para menos
sentirme inquieta, he esperado con ansias a que llegue este día. En muchas
ocasiones hemos intentado con Armando hacerlo, pero siempre se nos interpone
algo.  La primera vez estuvimos  punto, pero escuchamos murmullos lo que nos
turbó y dañó el encuentro, la segunda, estábamos en las puertas de la casa ya
de salida y tuvo que entrar a cuidar a su hermana; en fin, han sido más las
veces que nos hemos quedado con las ganas de intentarlo.
Hoy domingo espero que sea el día. Son las nueve de la
mañana y Armando pasa por mi casa para invitarme a salir; después de un
desayuno y de la bendición que me dan mis padres y posteriormente de la
despedida cortés de Armand -como le dicen cariñosamente en casa-, salimos y él
me cuenta los planes que tiene preparados para el día de hoy.
Estoy algo emocionada, creo que mi cara expresa la
tensión y efervescencia que nos ofrece el momento, pienso que por fin tendremos
la oportunidad de estar juntos y elevar a otro nivel nuestra sexualidad. Son
alrededor de las diez de la mañana, y nos vamos en su carro para Zapatoca, -es
lo que dijimos en casa-; y no estamos mintiendo, sólo que ese no es nuestro
destino final. Mareada por tantas curvas y la inmensidad de los cerros y
precipicios, Armando se desvía por una carretera destapa y cariñosamente me dice
“no tengas miedo”. 
A lo lejos puedo escuchar el arrullo y tranquilidad que
produce el cauce de un arroyo. Mi corazón palpita a mil por hora y mi expresión
no puede ser más evidente. Con una leve caricia Armand me dice que deje la
ansiedad –y cómo no sentir ansiedad sí es lo que hace tiempo deseo- -creo que
es un poco tonta su intervención intentando calmarme-. Nos internamos entre la
maleza siguiendo el arroyo,  él me
comenta que cerca de allí se encuentra un pozo en el cual nos podemos bañar,
por un momento creo que ya tenía bien estudiado el lugar y eso me da
tranquilidad porque presiento que esta vez sí será.
Con el ardiente sol de mediodía, y un poco apenada por no
haber traído ropa de baño, Armando rápidamente me ofrece su camisa para que
pueda meterme en el arroyuelo. Con dulces palabras y galanteos, me aplica
bloqueador para que el sol no pueda producirme alguna insolación.
Sumergidos ya en el agua y como prosiguiendo en un
ritual, algo mojados no sólo por el roce con aquel manantial, sino también por
la desbordante pasión  que entre nosotros
dos ha surgido, empezamos a acariciarnos y besarnos como un par de chiquillos,
la excitación que nos produce aquel encuentro  hace palpitar nuestros corazones y sentir a la
vez temor que nos encuentren desnudos en aquel lugar, pero también es esta
emoción la permite que cada vez suban más los ánimos y se despierte nuestro
deseo.
Después de casi quince minutos –algo relativo, ya que
pude perder la noción del tiempo- acompañados de besos, caricias, roces y
suspiros de desahogo, además de uno que otro pescadito que muerde nuestras
piernas y nos roban sonrisas en medio de la nada, Armando, procede a quitarme
la camisa y quedo totalmente desnuda, y no sólo desnudamos nuestros cuerpos,
además lo hicimos con nuestras almas; con la piel erizada provocada por la
brisa y también por presencia de mi amado, en un lento suspiro él me dice que
me ama, mis sentimientos y emociones no pueden ser mejores, pero para desgracia
de mi suerte el maldito despertador suena con la alarma que me dice que ya es
hora de despertar y tristemente debo volver a la realidad y quedarme una vez
más con las ansias de hacerlo.
