lunes, 14 de octubre de 2013

CRÓNICA CINCO: EN BUSCA DE UNA BANDEJA PAISA

Al principio fue difícil encontrar al protagonista de esta historia. Emprendí el viaje el domingo algo indispuesta, pues el campo nunca ha sido mi fuerte; es cierto que una parte de mi vida la he vivido en este lugar, pero no ha sido de mi agrado, todo porque mis padres viven ahí, pero este no es el punto de estas líneas.

En compañía de cuatro compañeros abordamos la Flota Cachira en la plaza de Guarín para dirigirnos al kilómetro 20 vía a Cúcuta cerca de las dos de la tarde. La ruta fue tortuosa, muchas curvas, polvo, música popular, al “aroma” a campo y me encuentro atrapada en mis audífonos creyéndome superior por estudiar en una universidad y escuchar otro tipo de música, pero en ese instante mi instinto humanitario me hace reflexionar y caigo en la conclusión de que hay muchas personas que hacen un enorme esfuerzo por cuestión de transporte para salir adelante y sobre todo para llevarnos comida a nuestras mesas.

El viaje duró cerca de una hora; durante la ruta estuvimos pendientes de una finca que tuviese muchos cultivos y así poder realizar nuestro trabajo y voila, encontramos la huerta perfecta, se notaba el verde de unas hortalizas bien cuidadas y trabajadas, los surcos bien hechos y de inmediato nos fuimos a presentar. Se encontraban tres personas en la labor de pintar y en manada nos acercamos, rompiendo el hielo con un “buenas tardes”, estos señores interrumpieron sus quehaceres, al ver que no decían nada, solo sus miradas puestas en nosotros inspeccionándonos porque éramos forasteros, proseguí y dije: “podría hacernos el favor de dejarnos tomar unas fotos a sus cultivos” y estos a la defensiva, nos dieron la negativa; me enojé mucho, pues qué les costaba colaborarnos y así se dice que los campesinos son amables.

Desalentados seguimos caminando, después de unos 5 metros de camino, encontramos a una señora de edad muy amable, llamada Toña, quién sin mucha insistencia se ofreció a colaborarnos.  Nos comentaba que en este lugar ya eran pocas las personas que se dedicaban a sembrar debido a la construcción de la doble calzada, los jóvenes desplazaron el campo por trabajar a costa de un sueldo mínimo. Alrededor de las 3:45 ingresamos a una finca, invadiendo la propiedad privada –pensamos nosotros- pero la señora nos dijo que conocía al dueño, cosa que nos tranquilizó un poco.

No puedo negarlo, parecíamos niños pequeños tomando fotos, caminando entre la maleza y riendo, uno de mis acompañantes manifestó “me siento Arturo Cova inspeccionando la selva”. En compañía de la señora Toña caminamos en la huerta cuando llega el encargado de ésta. Nos sorprendimos mucho, pues entramos sin ninguna autorización, pero este señor, llamado “Juaco” muy amablemente también nos colaboró.


Nos sentamos en medio de una siembra de fríjol, y empezó a contarnos la “odisea” de sembrar este producto, lo llamo así, porque es un arduo trabajo de cosecha. Don Juaco nos dijo: “esto es una cadena, al finalizar cada cosecha de frijol es importante dejar la última tanda de recogida en la mata para que seque y sirva de semilla”.

Este hombre contó que se dejaban cerca de dos semanas el frijol en la planta hasta que se secara totalmente, posteriormente se proseguía a desgranar y se seleccionaba la semilla, el grano más grande y rojo, para así garantizar una buena cosecha.


Después de este proceso de selección, viene lo más difícil, la preparación de la tierra, este campesino manifestó: “primero se pica el terreno que se va a sembrar, luego se desterrona (al picar la tierra se sacan trozos grandes de ésta, la “desterronada” es el proceso de desboronar estos bloques de tierra), después se abona con gallinaza”, de inmediato le pregunté cuál era ese abono y me contestó que era el tamo que se le sacaba a las gallinas, es decir, estiércol de gallina, el cual lleva un proceso de compostaje que se realiza bajo techo y con lombrices quienes son las que realizan dicho compostaje.

Finalmente, se hacen pequeños huecos en la tierra ya arada y se introducen dos granos de fríjol cada diez centímetros y se tapan, esto para garantizar que nazca una planta en cada hoyo; en ocasiones se siembra acompañado de arveja. Para evitar que los pajaritos se coman las semillas, se recurre a vasos desechables que los colocan boca abajo sobre el huequito.

Al cabo de una semana el frijol empieza a germinar y de inmediatamente se recurre a quitar los vasos desechables para que la planta empiece a recibir los rayos del sol. Don Juaco mencionó que en tiempo de verano era importante regar la siembra, muy temprano antes que saliera el sol o cayendo la noche, pues el sol podía quemar el cultivo. El sistema de riego cuenta con surtidores de agua que recolectan de nacimientos.

Seguido de esto, se procede a otra parte compleja de este proceso de siembra, realizar tendidos de alambre para colgar el fríjol, debido a que es una planta parecida a una enredadera que necesita extenderse, para ello, clavan troncos delgados en la tierra y se hace una red con alambre, parecido al de los viñedos, a diferencia de que el fríjol como crece en la tierra se debe colgar con pita a este alambre, una labor en la cual tarda casi un día completo este campesino, pues se debe cuidadosamente amarrar cada planta.


Al siguiente mes, (se llevan dos meses de proceso), la planta de fríjol grande, empieza a florecer, lo cual les advierte que ya viene el producto. Durante este tiempo se debe abonar la plata, deshierbar, o sea, quitar las plantas que no son parte de este proceso, es decir, la maleza. Después de la flor, se empiezan a ver los primeros fríjoles en su cascara.


Al tercer mes de sembrado, se prepara para la recolección, una tarea jarta para cualquiera de nosotros pues se trata de coger planta por planta y retirar suavemente cada fríjol y dejar allí aquellos que aún no han madurado, pero para Don Juaco es una tarea apasionante, ya que se trata de sus raíces y su esencia.



Me atreví a recolectar unos cuantos fríjoles, no lo hice tan mal para ser mi primera vez, terminé súper embarrada y cansada, pero mi recompensa fue aquellos granos que había recogido, los cuales llevé a mi casa. Terminamos ese tarde con un buen chocolate y así retornamos cada uno a nuestras casas.

Al siguiente día mi madre preparó una deliciosa bandeja paisa con aquellos fríjoles frescos que me dieron gusto de comer, pues a pesar de no haber participado en la siembra sí lo hice en la recolección.




Saber que es un proceso bastante arduo y no nos detenemos a pensar el trabajo que lleva, solo compramos indiferentes en la plaza una libra por 1.000 ó 2.000 pesos y hasta pedimos rebaja; pero tenemos que vivir el campo para valorar el trabajo que hacen día a día estos campesinos para darnos de comer.