Jairo Aníbal Niño
Cuando llegué del colegio,
me quité los zapatos,
dejé en el suelo la maleta
donde cargo útiles y
libros,
me senté en el viejo sofá
que me gusta tanto,
llamé a mi gato para
acariciarlo,
no quise almorzar ni hablar
con nadie,
y le sostuve la mirada al
retrato de Zico
que tengo pegado en la pared.
Más allá de la ventana pasó
un color tan rápido
que sólo alcancé a ver un
pedazo de pájaro o de
mariposa.
Saqué del bolsillo de la
camisa una hoja de cuaderno
donde ella había escrito su
nombre.
Es trigueña, de trenzas, se
llama Alejandra, se ríe
lindo,
y tiene nueve años como yo.
Estudia en tercero A,
y al recordarla
sentí un corrientazo por
dentro
como si me empezara a doler
el estómago del corazón.








