Al principio fue difícil encontrar al protagonista de
esta historia. Emprendí el viaje el domingo algo indispuesta, pues el campo
nunca ha sido mi fuerte; es cierto que una parte de mi vida la he vivido en
este lugar, pero no ha sido de mi agrado, todo porque mis padres viven ahí,
pero este no es el punto de estas líneas. 
En compañía de cuatro compañeros abordamos la Flota
Cachira en la plaza de Guarín para dirigirnos al kilómetro 20 vía a Cúcuta
cerca de las dos de la tarde. La ruta fue tortuosa, muchas curvas, polvo,
música popular, al “aroma” a campo y me encuentro atrapada en mis audífonos creyéndome
superior por estudiar en una universidad y escuchar otro tipo de música, pero
en ese instante mi instinto humanitario me hace reflexionar y caigo en la
conclusión de que hay muchas personas que hacen un enorme esfuerzo por cuestión
de transporte para salir adelante y sobre todo para llevarnos comida a nuestras
mesas.
El viaje duró cerca de una hora; durante la ruta estuvimos
pendientes de una finca que tuviese muchos cultivos y así poder realizar
nuestro trabajo y voila, encontramos la huerta perfecta, se notaba el verde de
unas hortalizas bien cuidadas y trabajadas, los surcos bien hechos y de
inmediato nos fuimos a presentar. Se encontraban tres personas en la labor de
pintar y en manada nos acercamos, rompiendo el hielo con un “buenas tardes”,
estos señores interrumpieron sus quehaceres, al ver que no decían nada, solo
sus miradas puestas en nosotros inspeccionándonos porque éramos forasteros,
proseguí y dije: “podría hacernos el favor de dejarnos tomar unas fotos a sus
cultivos” y estos a la defensiva, nos dieron la negativa; me enojé mucho, pues
qué les costaba colaborarnos y así se dice que los campesinos son amables.
Desalentados seguimos caminando, después de unos 5 metros
de camino, encontramos a una señora de edad muy amable, llamada Toña, quién sin
mucha insistencia se ofreció a colaborarnos.  Nos comentaba que en este lugar ya eran pocas
las personas que se dedicaban a sembrar debido a la construcción de la doble
calzada, los jóvenes desplazaron el campo por trabajar a costa de un sueldo
mínimo. Alrededor de las 3:45 ingresamos a una finca, invadiendo la propiedad
privada –pensamos nosotros- pero la señora nos dijo que conocía al dueño, cosa
que nos tranquilizó un poco.
No puedo negarlo, parecíamos niños pequeños tomando
fotos, caminando entre la maleza y riendo, uno de mis acompañantes manifestó “me
siento Arturo Cova inspeccionando la selva”. En compañía de la señora Toña
caminamos en la huerta cuando llega el encargado de ésta. Nos sorprendimos
mucho, pues entramos sin ninguna autorización, pero este señor, llamado “Juaco”
muy amablemente también nos colaboró.
Nos sentamos en medio de una siembra de fríjol, y empezó
a contarnos la “odisea” de sembrar este producto, lo llamo así, porque es un
arduo trabajo de cosecha. Don Juaco nos dijo: “esto es una cadena, al finalizar
cada cosecha de frijol es importante dejar la última tanda de recogida en la
mata para que seque y sirva de semilla”.
Este hombre contó que se dejaban cerca de dos semanas el
frijol en la planta hasta que se secara totalmente, posteriormente se proseguía
a desgranar y se seleccionaba la semilla, el grano más grande y rojo, para así
garantizar una buena cosecha.
Después de este proceso de selección, viene lo más difícil,
la preparación de la tierra, este campesino manifestó: “primero se pica el
terreno que se va a sembrar, luego se desterrona (al picar la tierra se sacan
trozos grandes de ésta, la “desterronada” es el proceso de desboronar estos
bloques de tierra), después se abona con gallinaza”, de inmediato le pregunté
cuál era ese abono y me contestó que era el tamo que se le sacaba a las
gallinas, es decir, estiércol de gallina, el cual lleva un proceso de
compostaje que se realiza bajo techo y con lombrices quienes son las que
realizan dicho compostaje.
Finalmente, se hacen pequeños huecos en la tierra ya
arada y se introducen dos granos de fríjol cada diez centímetros y se tapan,
esto para garantizar que nazca una planta en cada hoyo; en ocasiones se siembra
acompañado de arveja. Para evitar que los pajaritos se coman las semillas, se
recurre a vasos desechables que los colocan boca abajo sobre el huequito.
Al cabo de una semana el frijol empieza a germinar y de
inmediatamente se recurre a quitar los vasos desechables para que la planta
empiece a recibir los rayos del sol. Don Juaco mencionó que en tiempo de verano
era importante regar la siembra, muy temprano antes que saliera el sol o
cayendo la noche, pues el sol podía quemar el cultivo. El sistema de riego
cuenta con surtidores de agua que recolectan de nacimientos.
Seguido de esto, se procede a otra parte compleja de este
proceso de siembra, realizar tendidos de alambre para colgar el fríjol, debido
a que es una planta parecida a una enredadera que necesita extenderse, para
ello, clavan troncos delgados en la tierra y se hace una red con alambre, parecido
al de los viñedos, a diferencia de que el fríjol como crece en la tierra se
debe colgar con pita a este alambre, una labor en la cual tarda casi un día
completo este campesino, pues se debe cuidadosamente amarrar cada planta.
Al siguiente mes, (se llevan dos meses de proceso), la
planta de fríjol grande, empieza a florecer, lo cual les advierte que ya viene
el producto. Durante este tiempo se debe abonar la plata, deshierbar, o sea,
quitar las plantas que no son parte de este proceso, es decir, la maleza. Después
de la flor, se empiezan a ver los primeros fríjoles en su cascara. 
Al tercer mes de sembrado, se prepara para la
recolección, una tarea jarta para cualquiera de nosotros pues se trata de coger
planta por planta y retirar suavemente cada fríjol y dejar allí aquellos que
aún no han madurado, pero para Don Juaco es una tarea apasionante, ya que se
trata de sus raíces y su esencia.
Me atreví a recolectar unos cuantos fríjoles, no lo hice
tan mal para ser mi primera vez, terminé súper embarrada y cansada, pero mi
recompensa fue aquellos granos que había recogido, los cuales llevé a mi casa. Terminamos
ese tarde con un buen chocolate y así retornamos cada uno a nuestras casas. 
Al siguiente día mi madre preparó una deliciosa bandeja
paisa con aquellos fríjoles frescos que me dieron gusto de comer, pues a pesar
de no haber participado en la siembra sí lo hice en la recolección.
Saber que es un proceso bastante arduo y no nos detenemos
a pensar el trabajo que lleva, solo compramos indiferentes en la plaza una
libra por 1.000 ó 2.000 pesos y hasta pedimos rebaja; pero tenemos que vivir el
campo para valorar el trabajo que hacen día a día estos campesinos para darnos
de comer.














